A Literary Arts Journal
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Ya se lo habían dicho por teléfono, pero el viejo quería escucharlo de nuevo. Estamos aquí porque queremos ser como usted, dijeron los chicos, incómodos. El viejo sonrió. Ellos no querían ser como él, sólo querían aprender el truco, el que el viejo hacía cuando era algo más joven. Él lo sabe, pero de todos modos hizo que lo dijeran así. Ahora la gente manda un par de mensajes, hace un par de llamadas y listo, tienen un concierto, tienen un lugar para un concierto y tienen público para un concierto. Él tuvo que hacerlo del modo difícil, si no hubiera sido por él y su terquedad nunca hubiera pasado nada, nunca hubiera sonado un concierto en esta ciudad. Ahora estos jóvenes lo harían a su modo.
Los recibió en una casa blanquísima, descuidada y llena de carteles de viejos conciertos y discos de blues pirateados que se ofrecían a precios ridículos. Los muchachos ya no quieren saber nada del blues, pero les brillan los ojos cuando les hablan del pop independiente. Independiente mis güevos, dijo el viejo. Les contó cómo lo hacía él en su época. Escuchó lo que tenían ellos y juntos hicieron el plan. Habría un concierto, podían empezar a anunciarlo.
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Esta idea de los chicos comenzó años antes, leyendo una entrevista a una banda escocesa. El cantante era reacio a las entrevistas, cuando lo forzaban a dar una mezclaba la verdad con disparates. Le preguntaron por sus influencias y dijo que Nick Drake, el soul y una larga lista de bandas ignotas en la que aparecía The Canavaros. Esa entrevista era muy citada pero nadie había notado algo que los chicos de Monterrey, los que ahora hacían conciertos en el garage llamado Garage, sí notaron. The Canavaros no existían.
Escribieron una biografía de The Canavaros pensando ponerla en línea y correr la voz sobre la banda, lo buenos que habían sido, lo triste que era su olvido. Hicieron una mixtape con canciones parecidas entre sí, pop lindo tomado de lados b de bandas ignotas. Ése sería el legado de The Canavaros. De ahí no pasó la cosa.
Recordaron esto años después, cuando descubrieron las historias que corrían sobre el viejo. Organizaba conciertos heavy en Factores Mutuos. Pegaba carteles anunciando a alguna banda extranjera caída en desgracia. El día del concierto presentaba a un grupo integrado por amigos suyos con un ex roadie de la banda anunciada como cantante. A veces el truco funcionaba, otras veces casi linchaban al viejo y al grupo. Pero a veces funcionaba.
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Ya tenían prospecto para la banda. Era una banda en realidad, una banda de señores y señoras de unos cincuenta años que tocaban en bodas y cumpleaños. Cantaban como cantan los gringos, pero por teléfono les dejaron muy claro que por un día serían australianos. Los señores y las señoras rentaron La boda de Muriel y Priscila, reina del desierto, compraron varios six packs de Lone Star y se encerraron a beber y aprender cómo hablan los australianos. Ya borrachos empezaron a contarse chistes tratando de hablar como australianos.
Ensayaron las canciones que les habían mandado los chicos de Monterrey. No habría entrevistas, sólo música. Si acaso les preguntaban, debían decir que venían de Sydney, que se habían conocido en la escuela y que la banda había pasado por muchos cambios. Que no habían tocado en más de diez años y hace quince años que no le importaban a nadie. Que eran eso que llaman una banda de culto.
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Para explicar la reunión y visita del grupo los chicos inventaron un personaje: Aurelio. Un coleccionista de discos que vivía enclaustrado en Villa de García y desde los años ochenta acumulaba álbumes y conocimientos, un John Peel del noreste mexicano. Tuvo una banda efímera con uno de Los Lichis y estuvo a punto de tener un programa alternativo en la radio. Intentó madrear a Pablo Flores cuando le robó la idea. Desde adolescente había mantenido una amistad por correspondencia con The Canavaros y para cumplirse un capricho ahora los invitaba a pasear por México.
Hubo que incluír a casi veinte personas en el plan, para que escribieran en sus blogs y platicaran en los bares lo mucho que disfrutaban escuchando los discos de The Canavaros en casa de Aurelio, allá en los años noventa. Lo bueno que era escuchar esa música sincera y bella mientras los demás estaban perdiendo el tiempo con el britpop y el shoegaze.
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La noche del concierto fue sincera y bella como lo son las imposturas. El Garage estaba lleno, se destaparon más botellas que nunca y el público quedó encantado.
Hemos perdido el tiempo, debimos ser una banda australiana desde el principio, se dijo el guitarrista, de regreso en Texas y contento, con un acento que no existe en Sydney ni en Austin.
Nicolás Díaz
concierto en
el garage
Nicolás Díaz es autor de Ausentes y coautor de Commuter y Companion Animals. Escribe el blog Murmujú desde 2004 y hace crítica musical en Revista Levadura.
Faizah Ahmad Rajput is a visual artist and poet living in Los Angeles, Ca. She is currently working on her first book of poetry at Otis College of Art and Design, where she is as an MFA candidate in writing.
The background drawing here is part of a larger body of work, a series of one-minute freehand sketches of Faizah's sleeping experiences next to her person. The drawings will accompany the dream poems, which are the resulting products of those nights.
She is on most social media platforms.
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